Autoridad

Un tipo puede dirigirse a mí un buen día y comunicarme que debo obedecerle. Y me reiré en su cara, a menos que pueda obligarme con un arma, o con un ejército a la espalda. Si me amenaza con matarme, a menos que tenga medios de matarme, desobedeceré. O, incluso teniendo esos medios, si a mí no me importa morir, desobedeceré. Aquí está la única autoridad real: la del miedo y la coacción.

Autoridad... ¿simbólica?

Junta estas dos palabras y tendrás una tomadura de pelo, bastante gorda, por cierto. Se dice que reconocemos autoridad al policía o al funcionario porque hemos decidido depositar en sus manos nuestra confianza, y otorgarle dicha autoridad. Eso es falso, para empezar, porque no ha habido un absoluto consenso en el que se refleje quién decide qué cosa. No hay un 100% de
personas de acuerdo con ello.

Además, si un policía no tiene armas, o el Estado no tiene ejército, ¿qué nos importa su mandato? ¿por qué obedecer? No puede existir autoridad sin miedo, sin coacción. El Estado, sin cárceles y carceleros, ejércitos, armas, policías, jueces y juezas, fiscales, ..., ¿tendría autoridad? De ningún modo. Nadie obedecería al Estado.

Entonces, ¿cuándo podemos decir que existe autoridad? Cuando hay dominación por medio del terror, es decir, terrorismo. La autoridad no es un derecho concedido, es un fin y medio en sí misma, un modo coactivo/represivo de proceder. Un modo terrorista. Dirigentes son dirigidos, a su vez, por otros dirigentes, así hasta llegar a quienes más poder económico (dinero,
posesiones, inversiones...) y político (influencias, aliadxs, ...) tienen. Ya sabemos que todos nos saltamos las reglas cuando nadie nos mira. Pues imaginad a quienes han creado esas reglas, totalmente inmunes a sus consecuencias, ¿no sería demasiado ingenuo plantearse siquiera que las cumplen? Aún peor es no verlo cuando es evidente que se las saltan.

Si jamás nos enseñaron esto en la escuela, o nunca lo hemos visto por la televisión es, obviamente, porque no interesa que lo aprendamos, que lo sepamos, que lo veamos. Porque es la definición, no disfrazada ni manipulada, del "estado de las cosas" que vivimos actualmente, y llevamos viviendo desde hace milenios. Desde que el primer humano dijo "esto es mío",
se lo arrebató al mundo, y asesinó a quienes querían usarlo también. Desde que alguien prefirió un objeto a una persona, y lo defendió no para usarlo, sino para ser propietario. Y no siempre fue así... y esto lo entiende cualquier niño de cinco años.

Si cualquiera de la Administración quisiera, de verdad, educar en libertad (de lo cual presumen nuestros demócratas), lo primero que haría sería explicar esto. Pero ello supondría la desaparición de dicha Administración, con todo lo que ello conlleva. Por lo cual, es impensable que el Estado, u otra institución, pueda hacer libre a nadie, sólo uno mismo puede liberarse.

La psicología nos muestra que "la necesidad de guías/líderes" es síntoma de inmadurez, cosa que no existe en grupos humanos que viven de forma diferente (bosquimanos, mbouti, zo'é...). Hoy en día, en Occidente, tenemos jefes, líderes, héroes y heroínas, presidentes y presidentas, partidos, sindicatos, ídolos, dioses a los que adorar, especialistas a los que ceder nuestra
inteligencia... ¿significa ello que vivimos en una sociedad de inmadurez? No sólo eso, sino que, mediante la manipulación y la coacción (psicológica y/o física) se fuerza a todo ser humano a abandonar su infancia y entrar en una fase en la que hemos de permanecer toda la vida: la inmadurez eterna. El niño sin infancia y el adulto acomplejado. Individuos con carencias y
faltas, las cuales tratan de rellenar con la voracidad consumista que se nos enseña en las pantallas de televisión. Individuos alienados y obligados a la competitividad y al "pisarse unos a los otros" para conseguir lo que cada cual quiere. Una mentira para convertirnos en hipócritas, cínicos, rastreros y, en fin, todo lo necesario para obtener beneficios a costa del resto.
Abandonar esta forma de ser, progresivamente o de golpe, supone una peligrosa "deformación de conducta", totalmente mal vista desde la sociedad occidental. Tanto desde los ojos de la gente de a pie como, evidentemente, desde los de la cúpula dirigente. Las enfermedades psicológicas se juzgan en base al patrón establecido de conducta, la "Normalidad", el estado "sano" psíquicamente hablando. Este estado está establecido en base a "lo
comúnmente aceptado/aceptable", es decir, la sociedad puede ser esquizofrénica, pero ello nunca será considerado patológico por sí mismo, será únicamente ignorado. Quienes no consientan esta norma serán considerados enemigos de la Sociedad, por tanto, esquizofrénicos (ahora sí), enfermos a curar. Y "curar" significa adaptar al supuesto enfermo a la
Sociedad, y sus necesidades, aunque éstas representen la única (y verdadera) locura.


No nos dejan ser niños, ni nos dejan crecer. Padecemos un constante estado de desespero en el que hemos perdido el alma, la infancia, la creatividad, la imaginación. Y es que, no dejamos de jugar porque nos hacemos mayores, nos hacemos mayores porque dejamos de jugar.

(Extraído de Sonríe o Muere)